Un jardín de sensaciones

Un jardín de sensaciones

La felicidad está en la sencillez y, como tal, hemos de saber abstraernos a las dimensiones y a los límites, y disfrutar con lo más elemental. La capacidad de ser feliz, en mayor o menor grado, es propia y no depende del precio o el tamaño de lo que observamos o poseemos.
Escribo este artículo desde el «Pla de la Calma», en Collformic (Montseny-Barcelona), lugar excepcional, como muchos en esta maravillosa orografía nacional, que permite la fusión entre hombre y naturaleza de una forma relajada. Y es a esta relajación (no hay prácticamente desniveles) y a la calma que indica su nombre, a las que me quiero referir hoy.

Apoyado en «mi» encina de 5 pies, mi «lugar de poder» (¿recordáis a Don Juan?) en esta zona, constato que la sensación de calma y relajación que percibo no es distinta de la que siento, y pretendo transmitir, en mis jardines (lo de «mis» es en un sentido de paternidad, que no de propiedad); o, como os decía en el artículo anterior, en la observación de un bonsái o un suiseki.

De lo que hablo realmente no es de jardines, sino de sensaciones. Las técnicas y los estilos no son un fin, sino un camino hacia esa sensación de calma y relajación, de contemplación al fin y al cabo, que debe imperar en el diseño de un jardín.

Los jardines han evolucionado paralelamente a la sociedad. Del jardín-naturaleza (el Edén), pasando por el jardín romántico y acabando en el jardín actual, hay un elemento que es capaz de definir cada una de las épocas: la poda. En Occidente, de la tendencia versallesca de la poda arquitectónica hemos llegado a la mínima intervención en los jardines actuales, intentando aproximarnos al jardín original, el jardín-naturaleza, y ello es debido a que las maneras de vivir actuales no tienen nada que ver con las de la Francia de María Antonieta (no os perdáis la película de Sofía Coppola). En Oriente, la poda nunca ha sido intervencionista. Esta se desarrolló en Japón alrededor del siglo XIV, pero nunca para conseguir siluetas imaginativas y de formas arquitectónicas, sino para integrar el jardín en la naturaleza y mantener un cierto equilibrio geométrico.

Si en 1780 Horace Walpole escribió «On modern gardening: Anecdotes of painting in England», el que, tengo entendido, fue el primer libro sobre jardinería en Europa (el término «painting», pintar en inglés, hace referencia a su coincidencia con Alexander Pope en que: «crear un jardín es pintar un paisaje»), en el siglo XI en Japón ya aparecía editado el Sakuteiki, tratado sobre jardinería en el que se definían los tres pilares básicos del jardín:

  • El sitio y su configuración (su naturaleza y orientación)
  • El amo o dueño del jardín (su naturaleza y sus aspiraciones culturales)
  • Los materiales, junto a la destreza del diseñador al colocarlos, que debe de aprender de la naturaleza y de las obras de los maestros del pasado.

p1010871-custom¿A quién, hasta hace bien poco, se le había ocurrido preguntar al dueño de la casa cuales eran sus aspiraciones y modo de vida a la hora de diseñar un jardín? ¿Quién, también hasta hace muy poco, había tenido en cuenta no solo los puntos cardinales de orientación, sino las corrientes de agua subterráneas o las líneas de Hartmann, es decir, la geomancia o Feng- Shui? En Oriente, nunca se ha perdido la humildad del hombre respecto a la naturaleza y, en última instancia, el Universo. Se acepta, por evidente, que somos un algo de un todo, como lo son en igual grado los restantes elementos de la naturaleza. Nadie se considera en el derecho de talar un bosque por ser formalmente su propietario. Convendréis conmigo que estamos bastante lejos en nuestro modo de actuar.

Es nuestra forma de ser y vivir la que define nuestro jardín, o nuestra terraza, o nuestro bonsái. Así como cada vez hay menos gente que se haga decorar su casa por un decorador, la hay que pide: «Hágame un jardín, por favor». A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, existe hoy en día una conciencia en utilizar a un profesional para que realice aquello que nos define y llevamos en la cabeza. Va apareciendo una sensibilidad, tanto en clientes como en profesionales, en relación al entorno. El jardín está dejando de ser algo accesorio para situarse en un plano de igualdad a la hora de plantearse la construcción de una vivienda. Arquitectos y jardineros, o paisajistas, trabajan de la mano y no solo por política de costos, sino porque cada vez menos se sabe dónde acaba la casa y empieza el jardín.

Hemos cambiado y esto se nota en el jardín.